Las olas pegaban contra las piedras enérgicamente y salpicaban rebeldes el borde del puente. Me sentía raro, como si el mundo me aspirara, como si se pusiera en contra mío por el simple hecho de ser lo que era y haber llegado. Mis ojos miraban la arena, el agua, las olas, el cielo. No quería detenerme en nada, observar todo me producía risas.
Mi boca se movía, pero no decía nada. No tenía ganas de conversar con nadie. O solo quería murmurar lo que sentía. Pero sabía que nadie me iba a entender, o por lo menos escuchar. Mis dos manos se abrazaban entre ellas, se tocaban. Las llevaba hasta la boca y mis dedos jugaban en el interior de ella.
En un instante, ¡de repente!, sentí adentro mío como se estaban formando y transformando las lagrimas para empezar a transportarse, primero por mis ojos, luego por mis mejillas, para poder expresarme de esa forma, la única por la que sabían que algo me sucedía. Me mojaría, me secarían repentinamente. Aunque nunca sabrían del todo que es lo que me pasaba.
Silencio. Me duermo, me vuelvo a despertar percibiendo una voz delicada y tranquilizadora.
Lloran mis ojos, mis manos y mi cuerpo. No sé si por tristeza o por alegría, no sé si por algo o por mí mismo.
Me alimentan, me alimento. No lloro más y vuelvo a mi cobijo. Sueño, comienzo a volar entre la gente, y no me ven. Ahora siento que soy grande. Me transporto al más allá, a lugares que solo yo conozco. No tengo miedo, soy invisible a los ojos de ellos.
Después de un tiempo no muy prolongado vuelvo a la realidad. Y ahora si tengo miedo. Alguien se acerca y me dice que debo ir al jardín. Y yo le contesto. ¡Le contesto! Los entiendo y me entienden.
Me empiezo a dar cuenta que el color del mar, el del cielo, el de las paredes del jardín, de mi aula y el de mi guardapolvo sencillamente son de color azul. Estoy rodeado de azul, no entiendo nada. Lloro, y como ellos saben el por qué, me tranquilizan, explicándome que “soy grande”, y que me tengo que quedar solo. Trato de exclamar fuerte que la razón por la que lloro es porque no quiero usar “vestido”, porque tengo miedo que esos “gigantes” me pisen, que no lloro porque me dejan, que lloro porque me da miedo este mundo desconocido.
Me dejan, se van... No les importa si me pisan. Al rato estoy un poco más aliviado, tranquilo, me empiezo a dar cuenta que ellos no me van a pisar, al contrario, no van a dejar que alguien lo haga. Me cuidan. Ella, a la que yo llamo “la seño”, empieza a ser como mi mamá.
Me voy, y al otro día vuelvo nuevamente. Así por algún tiempo, exactamente no sé cuanto, porque todavía no me enseñaron a contar. Ella, mi mamá, que me cuida todos los días y me da cariño, habla de años y no entiendo. No entiendo casi nada, y las pocas que sí comprendo son casi insignificante es este gran mundo que habitamos. Cuando me siento a alimentarme con ellos, las dos personas que primero conocí, conversan de “la crisis del país”, de “lo mucho que hay que trabajar, que todo cuesta”, de si “llegamos a fin de mes”, y yo, incansable sigo sin entender. Ni lo que es país, trabajar, mes. Lo que si aprendí es que tengo una hermana, porque mis padres el otro día se acercaron y me comentaron que mamá tenía una nena en la panza, que iba a ser mi hermana y que teníamos un integrante más en la familia.
Al tiempo, comienzo a ir a un lugar, donde me obligan a usar guardapolvo, dicen por algunas voces que he escuchado “que es la segunda institución educativa para los jóvenes, después de la familia”, habrá que ver. Dejo de ver el azul, y ahora es casi todo blanco. Las paredes, el mismo guardapolvo, que uso yo, mis compañeros y hasta la maestra, las hojas, la goma.
Ahora se contar, sumar, restar y hasta dividir. Se lo que significa los años, los meses, y hasta los días. Tengo amigos, y ellos juegan conmigo a la pelota, como lo hago con mi papá los fines de semana, porque los días de semana, me dicen que tengo que ocuparme de la tarea, y si termino me dejan jugar un rato. Las nenas, siempre juegan con las muñecas, las mismas que juega Amparo, mi hermana, que llego al mundo luego de estar durante 9 meses en el vientre de mamá.
De repente siento que crecí bastante, porque “mis viejos ya no me entienden”. Aunque creo que no me entendieron nunca. Este último tiempo peleo demasiado con ellos, ya que no dejan de repetirme “estas todo el día en la calle con tus amigos, ¿cuando pensas estudiar? “¿Tus amigos no tienen casa que se reúnen siempre acá?”.
Las últimas vacaciones decidí no ir con ellos. “Me aburro muchísimo, tenemos intereses diferentes”. “Los adolescentes de hoy son tan diferentes a los de nuestra época”, repiten los mayores incesantemente.
Aceptaron que no vaya, pero obligándome a que me quede con mis abuelos, y por supuesto extrayéndome la llave de casa. “¿Qué se piensan? ¿Qué les voy a destruir todo?” Seguramente que sí.
Me quedé sin ropa, y necesito cambiar el celular, porque el que tengo ya paso de moda. Mis amigos tienen “bluetooth” y yo no. ¡Es un garrón! Me cargan todo el tiempo. Ya bastante tuve que soportar que se burlaran de mí cuando Emilia me cortó el rostro. “No se... no me quieren dar plata”. Me dicen que la cosa está muy difícil. Lo peor, es que me dijeron que si quería plata que trabajara, ayudando a “mi viejo” en el local. “¡Están locos!” “Si estudio no puedo trabajar”. “Es imposible, todo no puedo”.
Los únicos que si me entienden son mis abuelos, no hay fin de semana que Tata no me de plata. “¡La quiero tanto! ¡Ella si que se porta conmigo!”.
La verdad que “la vida es tan complicada”, no se que será de mi en un par de años”. Por ahora, creo el año que viene voy a empezar la facultad, así “tengo un futuro”, como dicen ellos, mis viejitos. Por el momento disfrutaré de las vacaciones con mis amigos en la costa, tengo ganas de divertirme, y de pasarla bien... “Ya voy a ser grande”, y tendré miles de complicaciones como los mayores, por ahora soy adolescente, y por el momento es lo más grande que hay.
(Lo escribí hace un tiempo atrás, realizando una consigna designada por una profesora en una materia de